martes, 23 de septiembre de 2014

"Arte. Los cantores del pueblo", un artículo de Eduardo García Vao



A continuación reproduzco un artículo de Antonio García Vao (1862-1886) publicado en 1883 acerca de la cultura popular de España. Aparte de algunos extremos que comparto y que seguramente ustedes también, me parece más sugerente subrayar algunos otros que dibujan el perfil del republicanismo histórico español y del pensamiento burgués androcéntrico. Lo que me interesa ahora es remarcar ciertos lugares comunes que han tenido un peso considerable en la Historia contemporánea y que aún hoy persisten, de forma variable, en escuelas, academias, universidades y en movimientos sociales y políticos también.

En primer lugar, quiero llamar la atención sobre la revisión de la Historia de España en clave democrática y popular (una labor titánica emprendida, por ejemplo, por Francisco Pi y Margall). Así, se sitúa al Cid Campeador como adalid de un pueblo altivo y justo (como expresaría el “Himno de Riego”, empleado por la II República española, ya en el siglo XX).

Correlativamente, en segundo término, se observa un nacionalismo español de base castiza construida, si bien al margen de la religión católica y la Iglesia, sobre los mismos pilares excluyentes que la visión nacionalcatólica: la negación de la herencia andalusí y la demonización de “lo árabe”.

En tercer lugar, asoma en el presente texto una postura antirreligiosa no meramente contraria a la jerarquía eclesiástica, toda vez que confunde las manifestaciones artísticas y culturales del pueblo contrarias a la Iglesia y sus privilegios con un hipotético sentimiento antirreligioso.

Por otra parte –cuarto punto– el documento pone de relieve la construcción patriarcal y machista del nacionalismo español, incluso del más avanzado, como éste que nos ocupa procedente de ciertos sectores del republicanismo histórico. Las mujeres no están ausentes del relato; al contrario, aparecen como elemento negativo y distorsionador.

En quinto y último lugar, la cultura de España se enlaza inequívocamente a la cultura de Castilla. En consecuencia, se mutilan las expresiones populares del pueblo andaluz y las de otros pueblos peninsulares que en aquellas fechas ya habían protagonizado sus peculiares “renacimientos” culturales (como había estudiado, magistralmente, el sanroqueño Francisco María Tubino en su monumental obra Historia del Renacimiento literario contemporáneo en Catalunya, Baleares y Valencia, de 1880).Ciñéndonos a la identidad cultural e histórica de Andalucía, representa sin lugar a dudas un obstáculo a la narración impoluta de la Castilla españolizada: en el flamenco, sin ir más lejos, presenciamos una aleación de música y motivos heredados de Al Ándalus, con la no menos relevante religiosidad singular –por anticlerical, aunque no sólo– del pueblo andaluz, presente en la actualidad, por supuesto, en los cantes flamencos (véanse los estudios de Gastón Boyer o, más recientemente, de Antonio Manuel Rodríguez).

En pocas palabras, el nacionalismo español de buena parte del republicanismo –con exclusión de ciertas corrientes federales y confederales, como la que eclosionó en la Constitución de Antequera de 1883– es claramente castellanista, sexista y burgués.



A R T E.   L O S   C A N T O R E S   D E L   
P U E B L O


El pueblo, se ha dicho, es el mejor de los poetas, es el más sublime de los cantores. Y es una gran verdad. Pues si a veces no se le debe considerar como el verdadero autor de las canciones que tanto alegran nuestro corazón, elevan nuestro sentimiento y endulzan nuestro ánimo, es por lo menos el inspirador de las grandes concepciones artísticas, el que hace que la lira se ponga al servicio de la libertad, cuando se pulsa por hombre de verdadero genio.

El divino Virgilio, en la primavera, a la sombra de lozanos arbustos, oyendo el murmurar de los arroyos y el dulcísimo canto de las aves que llevan a la alegría a los bosques y a las montañas, aspirando la esencia de las aromáticas flores, escuchando el mugir de los bueyes y el balido de los corderos, y contemplando el patear del potranquillo retozón, así como haciéndose cargo de todas esas notas inciertas, pero armoniosas, que se desprenden de la tierra al comenzar la estación primaveral, lee con encanto indecible sus poesías, llenas de ternura, de sencillez y de verdad, que con el nombre de “Églogas” todos hemos leído y todos hemos admirado, a los humildes campesinos que le sirvieron para protagonistas de tales poemas o para sujetos de sus acciones.

Nada hay que halague tanto al pueblo como aquello que de él se toma; nada que le enorgullezca tanto como aquellos poemas en que él es el principal autor, en que figura como el más importante personaje. Hablad a nuestro pueblo mal del más popular de los dramas novelescos, de “Don Juan Tenorio”, y estad seguros de que el pueblo protestará con energía. No: no es fácil despojarle de su carácter caballeresco, emprendedor, humilde y modesto, y por eso elevado, sin que se ofenda, que por algo tiene como modelo de todas sus empresas al valiente Cid Campeador, que

“Una vez puesto en la silla,
Se va ensanchando Castilla
Delante de su caballo;”

Pues él representa el ideal democrático que de largo abolengo trae nuestro pueblo, pues él personifica al caudillo esforzado que no ama las empresas que no tienen obstáculos insuperables; pues él es la representación más genuina de nuestro carácter independiente y republicano, cuando le vemos humillar al poderoso rey, que se ve obligado a obedecer un mandato y a prestar un juramento; pues él, montado sobre alazán brioso, cubierto con la férrea armadura, la poderosa lanza en el temible brazo, su cabeza erguida como el que desafía a lo imposible, seguido de esforzados caballeros, con un valor tan grande como su orgullo, y un orgullo menor que su arrogancia, haciendo frente a los árabes decididos, obligándoles a huir en confuso tropel, como nube de arena empujada por soberbio huracán, representa también el heroísmo incomparable de España, que reúne en sí las más poderosas grandezas y las más incomparables glorias.

Una de las formas que la poesía popular revista, son los cantares, que ya expresan un sentimiento de amor, ya un sentimiento patriótico, ya un sentimiento religioso: casi siempre encierran un pensamiento, un refrán o una sentencia; siendo su forma tan sencilla las más de las veces, que suele rayar en vulgar. Este género de cantares, propio de todos los pueblos, e hijos de la espontaneidad, que suelen nacer de la sencilla imaginación de todos esos poetas sin nombre, confundidos entre la masa general, abundan en extremo, sobre todo en nuestra patria. Siempre conservaré gratos recuerdos del momento en que por primera vez tuve ocasión de oír en mi pueblo natal la siguiente estrofa, que produjo en mi ánimo honda impresión:

“Dos besos tengo en el alma,
Que no se apartan de mí:
El último de mi madre
Y el primero que te di”.

Este hermoso cantar encierra todo un poema de verdad y de sentimiento. Yo creo que no es posible sentir más hondo, pensar más alto, ni hablar más claro.

No deja de tener menos importancia, por el pensamiento que encierra, el que copio a continuación:

“La mujer que se enamora
De la ropa, y no del hombre,
Está falta de sentido,
Porque la ropa se rompe”.

Difícilmente podrá presentarse, con menos palabras y con más naturalidad, el orgullo de la mayoría de las mujeres. Ese afán de las gentes egoístas, que viven tan sólo de engañosas apariencias, por conceder más valor a todo lo que se presenta con bella forma, siquiera el fondo esté corrompido y degradado, está pintado de mano maestra.

Es imposible clasificar los asuntos tratados en los cantares del pueblo. Una nota, un suspiro, una ingratitud, un sentimiento, una infidelidad, son motivos suficientes para que vibre la lira popular. Y es muy de notar que lo que menos ha inspirado al pueblo español ha sido la religión, a pesar de habérsele tenido por católico ferviente. Es más; muchos de sus cantares lo que muestran e indican es poco respeto a la religión, pudiéndose observar que, siempre que a los enamorados que por católicos pasan se les obliga a optar entre su amor y la religión, sale esta siempre pospuesta, con gran contento de nuestra parte.

“Esta mañana en la misa
Hice un pecado mortal;
Puse los ojos en ti,
Y los quité del altar”.

Estrofa es ésta que viene a comprobar nuestra afirmación. No dudaríamos en copiar algunos más, si no considerásemos que andan en boca de todos; razón por la cual, y en gracia también a la brevedad, no continuaremos copiando trozos de ese gran poema con que el pueblo ha enriquecido nuestra literatura.

Muchos han sido los poetas que pudiéramos llamar eruditos, que han cultivado este género de poemas; y aunque la inmensa mayoría ha dado a sus cantares cierta forma académica y pretenciosa, no han faltado algunos que han sabido imitar al pueblo: entre ellos se encuentran Trueba, Ruiz de Aguilera, Campoamor, Fernán Caballero, Ferrán y Fornil, habiéndose hecho una colección en oro, la más completa de cantores castellanos, por el académico Sr. Lafuente.

Por más que hayamos dado tanta importancia a este género de literatura popular, no hemos de ampliar nuestra alabanza a esos cantares groseros, y hasta repugnantes, que ofenden los oídos más tolerantes. El pueblo verdaderamente artista, el pueblo verdaderamente poeta, el pueblo verdaderamente moral, debe procurar borrarlos de la mente, si en ella se albergaron alguna vez, hacerlos desaparecer de la imaginación, olvidarlos, valiéndose para ello de las sencillas imprecaciones de sus cantores sentenciosos, de sus profundas estrofas, repitiéndolas constantemente; que así como el arte antiguo redimía a los esclavos, concedía independencia a los que habían gemido bajo el yugo de vergonzosa servidumbre, en lo moderno puede decirse que una nación en donde brillan las artes y las letras, será ilustre porque será libre. Nada hay que perjudique tanto a las bellas artes como los tormentos del absolutismo. Los pueblos artistas difícilmente serán esclavos.


·         Antonio García Vao: “Arte. Los cantores del pueblo”, en Las Dominicales del Libre Pensamiento (Madrid), núm. 25, domingo 22 de julio de 1883. 

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