martes, 17 de enero de 2012

Una carta de amor para Mariano Maresca

Con Mariano Maresca en el homenaje a Javier Egea, Soledades Eternas (20 de noviembre de 2009)




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Almudena Grandes







Este artículo es una historia de amor.




Porque escribir también es conjurar a los demonios, obligar a las hadas madrinas a existir, corregir los desmanes de la realidad, imponerle nuestra voluntad para hacerla mejor, y más justa.


Este artículo es una carta de amor para ti, Mariano Maresca, porque sólo existe para que pronto, lo antes posible, tú puedas leerla.


Porque tú, querido, aunque ahora no quieras saberlo, has leído más que cualquiera de nosotros, porque te lo has leído todo, porque te lo sabías todo. Hasta que el 18 de noviembre de 2011, esa fecha maldita, ese mes con tantas erres que se atraviesan en tu lengua como las vallas de una carrera de obstáculos, dejaste de saber lo que sabías. No recuerdo nada, me dices un mes y medio después, negando con la cabeza para subrayar tu estupor, tu incapacidad para recordar los primeros días en el hospital, y mueves las manos en el aire para ahorrarte más palabras. Y sin embargo, en tu cabeza estaban todas las palabras. Y en tu cabeza, estoy segura, tienen que seguir estando.


Un accidente vascular, un ictus, un derrame cerebral... El 18 de noviembre de 2011 nos llevamos un susto de muerte. El 18 de noviembre de 2011, los demás pudimos expresarlo, contárnoslo los unos a los otros, pero tú no pudiste decir nada, porque no podías hablar. Abrías la boca, mirabas a tu interlocutor, movías los labios, los cerrabas y se te caían dos lágrimas de los ojos, dos lágrimas enormes y mudas, lágrimas en lugar de sonidos. Cuando me enteré, no podía creérmelo, no podía aceptar que no pudieras hablar tú, precisamente tú, el amo de todas las palabras, pero tampoco me di por vencida. Volverá a hablar, dije entonces, estoy segura de que volverá a hablar, y no podía estar segura de nada, qué te apuestas a que vuelve a hablar... Y has vuelto a hablar, Mariano, ahora hablas como una cotorra, pero no siempre consigues transformar tu pensamiento en palabras, y a veces pronuncias sonidos ininteligibles, y otras veces, sílabas que tienen sentido pero no son las que tú necesitas, y de vez en cuando dices "código", y nos miras para preguntarnos, para preguntarte a ti mismo, ¿y por qué digo ahora yo esto? Y lo dices porque eres profesor de Filosofía del Derecho, y lo sabes, y no lo sabes, pero lo único que importa es que tienes que volver a saberlo.


Y no quieres leer. Cuando alguien a mi alrededor pronuncia la palabra "intelectual", veo tu cara, porque nadie se la merece más que tú, Mariano. Y no quieres leer. Era difícil sorprenderte, ¿sabes? Era difícil haber leído un libro, haber visto una película, haber escuchado un disco, haberse emocionado en un lugar donde tú no te hubieras emocionado antes. Y no quieres leer. Mis novelas nunca han tenido un presentador mejor, porque al leerlas, entendías cosas que yo no había entendido al escribirlas aunque estaban ahí, aunque las había escrito para que tú las leyeras, para que las entendieras por los dos. Y no quieres leer, no quieres escuchar música -¡no quieres escuchar música!-, y eso no puede ser, eso es imposible, Mariano.


Yo sé que no habría podido ocurrirte nada más cruel, y te veo sufrir, desesperarte, y me desespero contigo. Entiendo tu cansancio, la tentación de rendirte, de cerrar la boca y no volver a intentarlo, pero no te lo voy a consentir. Si tú no has hecho otra cosa en tu vida que conectar tus neuronas entre sí, y pensar, y leer, y escribir, ¿cómo vas a abandonar, Mariano? Y, aunque no te lo creas, sigues siendo tú. Eres tú, el de antes, el de siempre, cuando me miras y dices, Francia, España, Francia, España, el largo, el largo..., para que yo entienda que estás hablando de Jorge Semprún, que me quieres decir que sabes que ha muerto hace poco. Y entonces te ríes, y te pones contento, y yo me río, y me alegro contigo, y esto es sólo el principio, no puede ser más que el principio, porque hace un mes no podías hablar, y llorabas, y ahora hablas, y a veces sufres, pero a veces nos reímos.


No podría haberte ocurrido nada más cruel, pero esa crueldad tampoco podría haber hallado un obstáculo más resistente que tú, el pedazo de cerebro que has tenido siempre, Mariano. Y no quieres leer, pero has vuelto a escribir, y escribes con tu letra de siempre, haces listas de cosas, y nos las regalas. A mí me han tocado los meses del año, y los he guardado en un cuaderno Moleskine del 2012, que me regalaste una semana antes del 18 de noviembre, porque a los dos nos gustan mucho los cuadernos. Allí va a estar hasta que la rompamos, porque algún día la vamos a romper.

Pero para que lleguemos a ese día, tienes que volver a leer. Lo ha dicho el neurólogo, lo ha dicho la logopeda, y te lo digo yo, que por eso he escrito este artículo, quizás el más importante de mi vida.


Porque escribir también es conjurar a los demonios, obligar a las hadas madrinas a existir.

Y hoy escribo sólo para que tú me leas, para que leas que te quiero, que te necesito, Mariano Maresca.



· El País semanal, 15/01/2011.



viernes, 13 de enero de 2012

Villar de Cañas, pueblo sin habitantes

Puede leerse mi artículo "Villar de Cañas, pueblo sin habitantes" en Paralelo 36 Andalucía (11/01/2012), en el que se trata la problemática de los basureros radiactivos a la luz de la reciente concesión al citado municipio manchego de la sede del ATC (almacén temporal centralizado).


martes, 3 de enero de 2012

Las dos Andalucías



Rubén Pérez Trujillano


Las recientes descalificaciones que ha proferido en un famoso programa de televisión Cayetano Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart contra los jornaleros y la juventud andaluza hacen reflexionar sobre la verdadera naturaleza de lo que puede denominarse el hecho de las dos Andalucías.

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Para los que creemos que el esencialismo sirve para la poesía pero no para la política, el origen más próximo de la Andalucía de nuestros días se ubica a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en el marco de implantación del capitalismo y el Estado liberal burgués. Es entonces cuando se va pergeñando ese problema de envergadura social que permite hablar de la existencia de dos Andalucías. Las guerras civiles y el liberalismo económico abanderado por Jovellanos derivaron en una de las mayores catástrofes sociales de la historia reciente del Estado español: las desamortizaciones de bienes eclesiásticos, municipales y comunales en beneficio de las clases sociales que en aquel turbio contexto estaban en boga. La correlación de fuerzas durante el desarrollo de la Revolución liberal burguesa en España hizo que fuera imprescindible establecer una alianza entre la vieja aristocracia en peligro y la pujante burguesía con tal de evitar un régimen que privara de sus privilegios tanto a una como a otra clase. De ahí que ambas formasen el bloque de poder dominante en un nuevo régimen que, precisamente por eso, conservaba vestigios feudales. En resumen, puede decirse que se trató más de un proceso de transacción de formas de dominación y opresión antiguas que de transición hacia unas relaciones sociales y de producción cualitativamente diferentes.

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Esto explica que la burguesía liberal, artífice de las medidas expropiadoras, no sólo respetara las propiedades de la nobleza, sino que acordara con ésta el reparto de las tierras municipales y comunales. En este momento de perpetua lucha entre el pueblo que de hambre en hambre se rebela y los terratenientes nobiliario-burgueses que usan la ley y los instrumentos estatales del terror a su favor, comienzan a instalarse los pilares de las dos Andalucías. A partir de ahí un andaluz, es decir, una persona que ha venido a nacer o, en su caso, a desarrollar su vida en un medio social dado y bajo una realidad material y cultural concreta, puede encasillarse inequívocamente en alguna de las dos contrapartidas que conforman ese país que es Andalucía.
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Por un lado destaca la Andalucía oligárquica, terrateniente y plegada lo mismo a la corte madrileña que a los comerciantes extranjeros. La que mantuvo el Tribunal de la Santa Inquisición hasta 1834 y financió la creación de la Guardia Civil diez años después con el fin de aplastar los motines de hambre o bien las revueltas obreras. La esencia caciquil de una nación creada sobre criterios de renta, el brazo fuerte de la España de los propietarios que no aceptó diversidad cultural ni étnica de ningún tipo. La Andalucía que gustaba de hablar fino y la Andalucía de los que antes que arriesgar en empresas y proyectos comunes prefería trepar en las redes clientelares y de patronazgo de los partidos dinásticos cuando no en el partido único; la Andalucía de los militares de carrera y, por supuesto, de esa mezcolanza inconfundible de incienso y casino. O, por otro lado, alguien que se considere andaluz puede acudir al acerbo de la Andalucía trabajadora que además es pobre, pues así la quisieron los primeros, la Andalucía del podrerío, sometida al jornal diario y a las intimidaciones de quien por medio de pistoleros controlaba su vida. La Andalucía que siendo sufridora, desmayadita de hambre y de esperanzas, echaba mano de esa evasión mágica a la que llamamos “gracia”. Pero a su vez, la Andalucía orgullosa, madura y con la conciencia obrera de todo pueblo sublevado.

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Orgullosa porque su sino viene siendo afrontar un permanente desafío contra el explotador y contra aquéllos de arriba de Despeñaperros que vilipendian sus señas de identidad, sus formas de ser, cuando aquéllas siempre se habían desenvuelto más allá de los altos muros del mercado. Madura, a causa de la sombra que a diario ha compuesto la tragedia de las gañanías y las alcobas murientes, madurez que preludia eso que ha sido bautizado como “duende” por la poesía popular. Y con acusada conciencia, porque así ha tenido que ser por necesidad la Andalucía de los acosados, los perseguidos y los ajusticiados. La de los emigrados que saben que no regresarán y la de los hijos de la inclusa que permanece dolorida y venerable en los barrios de un puerto con olor a pólvora. La Andalucía flamenca en el más puro significado de las palabras “felah mencub”: la Andalucía de los desposeídos. La que ensayó revoluciones milenarias en la hora del reparto final, imprimiendo en sus coplas y fandangos el odio hacia las plusvalías y la acumulación de beneficios mucho antes de que un alemán escribiera El capital.
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Cada uno por su parte, la historia, que no el azar, ha dispuesto que sean Cayetano Martínez de Irujo (duque de Salvatierra) y Diego Cañamero Valle (portavoz nacional del Sindicato Andaluz de Trabajadores) quienes personifiquen la representación simbólica más precisa de esas dos Andalucías antagónicas, claramente divorciadas, que aún hoy luchan, se equivocan y se querellan.



· Publicado en Área, 31/12/2011

y Tercera Información, 01/01/2012.